Una tarde en la residencia Rong Después de comer, al caer la tarde, los sirvientes trajeron a Baochai al jardín para refrescarse. Justo entonces, Xiren y Qingwen llevaban a Baochai de regreso desde la habitación de Baoyu. Al verlas llegar, Tanchun y Daiyu también se unieron, y pronto se reunieron junto a la galería cubierta, acompañadas de otras doncellas. Algunas se inclinaban sobre la barandilla, otras recogían flores, y la conversación fluía como una corriente primaveral. Mientras tanto, Baoyu descansaba bajo el alero, recostado sobre un cojín de brocado, sosteniendo un abanico de plumas de pato en la mano. Qingwen estaba de pie a su lado, arreglándole el cuello del vestido y jugando con su jade. –Hermano Baoyu –preguntó Tanchun sonriendo–, ¿qué lees ahora? –Nada en particular. Estaba pensando en algo –respondió él con una sonrisa soñadora. Daiyu, que hojeaba un libro, alzó la vista y dijo: –Tienes ese aire de poeta bohemio sin inspiración. –¿Y tú no? –replicó Baoyu con picardía–. Solo que tú eres la musa melancólica disfrazada de estudiante. Los demás rieron. Baochai tomó asiento junto a una columna de sándalo y comentó: –Qué tarde tan encantadora. No hace ni frío ni calor, y la brisa es tan suave que parece acariciar el alma. –¡Y pensar que hay gente en el mundo que, en lugar de disfrutar esto, se encierra a discutir sutilezas del budismo o del confucianismo! –añadió Tanchun. Los dulces de arroz perfumado Justo entonces, una criada de la señora Wang trajo una bandeja con dulces de arroz perfumado, dispuestos con esmero. Los dulces eran redondos, suaves, ligeramente translúcidos, y al morderlos liberaban una fragancia que embriagaba. –Estos son los “arroz de flor de loto” que envió la señora Xing –explicó la criada–. La señora Wang dijo que los repartan entre ustedes. Baoyu probó uno y exclamó: –¡Delicioso! Tienen aroma de lirio y sabor de néctar. Qingwen le sirvió otro, pero Daiyu miró con suspicacia. –¿No será demasiado empalagoso? –A ti te gusta todo con ese amargor irónico –respondió Baoyu riendo. Daiyu fingió ofenderse, pero acabó probando uno. Baochai los degustó con discreción, comentando: –Este tipo de arroz se cuece al vapor con pétalos de flor, y luego se seca al sol. El proceso es delicado. Tanchun murmuró: –He oído que en el Palacio Imperial se preparan con jazmín y polvo de perla. Una leve indisposición Más tarde, al anochecer, Baochai sintió un leve mareo y se retiró a descansar. Baoyu, aún inquieto, la acompañó hasta la puerta de su habitación. Allí se despidió, pero apenas volvió, encontró a Daiyu sola, leyendo. –¿Te sientes bien? –le preguntó con dulzura. –¿Por qué no habría de estarlo? –respondió ella sin levantar la vista. Baoyu percibió el tono distante y se sentó frente a ella. –¿Te he molestado? –No. Pero no te esfuerces tanto con la señorita Baochai. No todo debe girar a su alrededor –dijo Daiyu, alzando finalmente la mirada, con una expresión difícil de descifrar. Baoyu quiso explicarse, pero justo en ese instante llegó Xiren, anunciando que la señora Wang lo llamaba. Se levantó de inmediato, dejando a Daiyu sola con su libro, aunque su mente ya había volado lejos de sus páginas. El jardín, bajo la luna Esa noche, la luna brillaba redonda y blanca. En el jardín, las hojas de los plátanos temblaban suavemente con el viento, y la fragancia de las flores flotaba en el aire como un suspiro de nostalgia. Las criadas se retiraban una a una. Solo Daiyu permanecía junto a la ventana, con la lámpara encendida, contemplando en silencio el reflejo lunar sobre la alfombra. A lo lejos, el sonido tenue de una flauta resonaba desde el pabellón de los lirios. Suspiró. –¿Por qué los sentimientos humanos son tan complicados como esta melodía? Y cerrando el libro, apagó la lámpara.