Capítulo 6: Las delicias del amor para Baoyu

Categoría: Romántico Autor: Admin Palabras: 1045 Actualizado: 25/04/12 19:59:55
El despertar sensual de Baoyu
Al día siguiente, Baoyu despertó temprano y, al ver que aún era pronto, decidió quedarse recostado. Mientras contemplaba el techo, oyó risas suaves provenientes del cuarto contiguo: Xiren estaba charlando con otra sirvienta llamada Qiuwen. No pasó mucho tiempo antes de que Xiren entrara para verlo.

–¿Ya estás despierto, joven señor? –preguntó con una sonrisa.

–Sí, pero aún no quiero levantarme –respondió Baoyu, medio somnoliento.

Xiren le ayudó a vestirse lentamente mientras bromeaban y reían. Luego, al ver que aún no era hora de ir a saludar a su abuela, Baoyu, con su carácter mimado y caprichoso, volvió a recostarse, sujetando la mano de Xiren.

–No te vayas todavía –dijo, mirándola con ojos suplicantes–. Siéntate un rato conmigo.

Xiren lo miró, ligeramente sonrojada, pero sin apartarse.

–Eres incorregible, joven maestro –dijo en voz baja–. Si alguien entra y nos ve así, ¿qué dirán?

Pero Baoyu no la soltaba. En ese momento, el deseo que hasta ahora dormía en su interior comenzó a despertar. La cercanía de Xiren, su dulzura, su perfume suave… todo encendía en él una llama desconocida. Al ver que ella no se resistía del todo, la atrajo hacia sí.

Xiren, aunque turbada, tampoco se apartó. En el silencio del cuarto, bajo la tenue luz de la mañana, ocurrió aquello que sólo los amantes descubren: la unión de dos cuerpos jóvenes y confundidos, el despertar del deseo.

Después de ese primer encuentro, Baoyu sintió una mezcla de dicha y asombro. Xiren, por su parte, aunque ruborizada, no mostró arrepentimiento. Se quedaron abrazados en silencio, oyendo los sonidos lejanos del patio.

–¿Estás enojada? –preguntó Baoyu en voz baja.

–No… pero prométeme que no se lo dirás a nadie.

–Jamás –aseguró él, estrechándola.

La visita inesperada de la anciana Liu
Ese mismo día, en la parte exterior de la mansión, la anciana Liu –una mujer humilde del campo y lejana parienta de Wang Xifeng– había llegado a la ciudad con su nieta para pedir ayuda. Aunque su linaje estaba lejano, Xifeng era una mujer de gran corazón (aunque también astuta), y cuando la anciana Liu pidió audiencia, no tuvo el corazón de rechazarla.

–Hazla pasar –ordenó con curiosidad.

La anciana Liu entró con reverencias y un sinfín de cumplidos.

–¡Ay, señora mía! ¡Qué fortuna la mía de poder ver su rostro tan hermoso! Este palacio suyo parece salido de un sueño. ¡Ni en el cielo, digo yo!

Xifeng, divertida con la verborrea y torpeza de la mujer, mandó traer té y pastelillos.

–¿Así que vienes del campo? –preguntó Xifeng mientras la observaba.

–¡Sí, señora! Vivimos lejos, en una aldea donde no hay más que tierra seca y gallinas flacas. Mi hijo murió joven, y ahora me las apaño con mi nietecita. Hoy, armandome de valor, decidí venir a ver si la noble señora podía echarnos una mano.

–¿Y esa nieta tuya dónde está? –preguntó sonriendo.

La anciana hizo entrar a la niña, una jovencita de unos trece años, de rostro moreno pero ojos vivaces. Aunque mal vestida, su aspecto era honrado.

Xifeng las examinó con interés. La vieja era cómica, pero su humildad no era fingida. En lugar de despedirlas, decidió alojarlas unos días.

–Pueden quedarse por ahora. Les daré algo de ropa y comida. Luego veremos qué podemos hacer –dijo con un guiño a las doncellas.

La anciana Liu, agradecida hasta las lágrimas, se postró varias veces.

–¡Que la bendigan los dioses, señora mía! ¡Mi nietecita podrá comer arroz blanco por fin!

Así empezó la corta pero memorable estadía de la anciana Liu en la Mansión Rong, dejando una primera impresión tan pintoresca como entrañable.